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La autora del lado oscuro del ser humano aborda la pederastia: "Exploro lo que otros evitan"

La autora del lado oscuro del ser humano aborda la pederastia: "Exploro lo que otros evitan"

Hay pocos escritores tan incómodos como Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938). Al fin y al cabo, uno de los signos distintivos de esta autora estadounidense de 87 años es su interés por mostrar el lado más oscuro de la naturaleza humana, por hurgar en los aspectos más siniestros de los individuos. Ha consagrado tantas páginas a explorar las partes más feroces y brutales de la condición humana que ya en 1981 se vio obligada a publicar en el New York Times un artículo titulado ¿Por qué su escritura es tan violenta? en el que daba respuesta al reproche recurrente que en ese sentido le hacían muchos lectores.

Joyce Carol Oates, sin duda una de las grandes figuras de la literatura contemporánea estadounidense y cuyo nombre suena desde hace años para el Nobel, es también una escritora increíblemente prolífica. Publicó su primer libro con 25 años y, desde entonces, no ha parado de escribir. En sus más de seis décadas de incansable trabajo suma casi 60 novelas, más de 400 relatos breves, más de una docena de libros de no ficción, once libros de poesía y nueve obras de teatro, amén de numerosos premios y reconocimientos.

Su nueva novela, la número 58, es un buen compendio de su visión literaria y de su interés por arrojar luz sobre los pliegues más sombríos del espíritu humano. Lleva por título El señor Fox (Alfaguara) y es un libro profundamente desasosegante. Cuenta la historia de un encantador profesor de literatura, recién llegado a la idílica y exclusiva Academia Langhorne, y que con su carisma y su buena planta (es guapo, al estilo aseado del actor Hugh Grant) logra seducir a casi todo el mundo: la directora del centro le adora, la bibliotecaria se enamora de él y sus estudiantes le idolatran, hasta el punto de que sus clases suelen terminar con encendidos aplausos.

Pero Francis Harlan Fox también tiene un lado profundamente perverso: es un pederasta depredador que utiliza su cargo como profesor para poder acceder a sus víctimas, a sus “pequeñas gatitas”, como él las llama. Así que cuando su coche, con su cadáver dentro, es descubierto hundido en la charca de Wieland, todo son preguntas. ¿Habrá sido un suicidio? ¿Fue un accidente? ¿Es posible que lo hayan asesinado?

placeholder Cubierta de 'El señor Fox', la nueva novela de Joyce Carol Oates.
Cubierta de 'El señor Fox', la nueva novela de Joyce Carol Oates.

Oates es conocida por su increíble capacidad para revelar, con pasmoso realismo, la psique de un monstruo. Ya lo hizo en 1995 en Zombi, una novela sobre un asesino en serie y sádico sexual que secuestra a hombres y les somete a cirugías caseras en un intento por crear un “zombi”, un esclavo que lo ame sin condiciones y satisfaga cada una de sus apetencias; una trama que está inspirada en la historia real de Jeffrey Dahmer, quien entre 1978 y 1991 mató y desmembró a 17 hombres. También Carnicero, publicada el año pasado, sigue esa estela: es una novela de ficción, pero inspirada en la historia real de J. Marion Sims, un médico que en el siglo XIX sometió a esclavas negras a aberrantes experimentos sin anestesia, convencido de que “las mujeres negras sentían menos dolor”.

Ese descomunal talento de Oates para meterse en la piel de los demás está también muy presente en El señor Fox, donde la escritora se zambulle literalmente en la mente de todos y cada uno de los personajes que desfilan por las 716 páginas del libro: desde el perro que encuentra la lengua de un cadáver (que acaba siendo el de Francis Harlan Fox) hasta las niñas que son víctimas de sus abusos pero se creen enamoradas de él, pasando por el detective que investiga la muerte de Fox, el joven que encuentra su cadáver en la charca del pueblo o la directora que le ha contratado como profesor.

"Nunca hubo un tiempo en que yo no estuviese enamorada del señor Fox. Nunca hubo un tiempo en el que el señor Fox no fuese mi vida. Porque antes de que el señor Fox entrase en mi vida, nuestras almas se conocían en el tiempo anterior, donde no hay tiempo”, escribe una de las gatitas en su diario.ç

placeholder Joyce Carol Oates, durante una rueda de prena en Bilbao en 2017. (EFE/Miguel Toña)
Joyce Carol Oates, durante una rueda de prena en Bilbao en 2017. (EFE/Miguel Toña)

Y, por supuesto, Oates nos conduce a los entresijos de la mente del propio señor Fox, un monstruo a quien la escritora en algunos momentos humaniza (lo que le hace aún más aterrador), narrando desde su punto de vista qué es lo que le lleva a abusar de niñas preadolescentes y a justificar su perversión. Los pasajes del libro en los que se detallan esos abusos, cometidos con la ayuda de somníferos espolvoreados a modo de azúcar sobre ricas tartaletas de frutas, son estremecedores.

“Siempre me han atraído los fundamentos psicológicos de la violencia, no por su impacto, sino por lo que revela sobre la vulnerabilidad, el poder, el miedo y la condición humana. Estados Unidos, en particular, tiene una mitología sobre la violencia profundamente arraigada que me fascina y me perturba. Creo que la literatura tiene la responsabilidad de afrontar lo que la sociedad preferiría ignorar. Rechazar los aspectos más oscuros de la vida sería falsificar la realidad”, nos cuenta la propia Joyce Carol Oates por email.

"La literatura tiene la responsabilidad de afrontar lo que la sociedad preferiría ignorar"

El señor Fox es una novela hipnótica, un thriller absorbente, una historia de mentiras, abusos y venganza con numerosas referencias culturales. Lolita, de Nabokov, ocupa un lugar destacado en la narración de Joyce Carol Oates: el profesor pederasta odia ese libro, le parece abominable, y los motivos de su desprecio quedan palmariamente explicados. A Francis Harlan Fox, por el contrario, le obsesiona Edgar Allan Poe, su poema Annabel Lee y, sobre todo, el hecho de que el escritor se casara con su prima Virginia cuando ella tenía 13 años y él 27. También las ninfas sexualizadas y retratadas en sugerentes posturas por el pintor Balthus ocupan un lugar destacado en el libro y en el imaginario del profesor pederasta, al igual que La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata.​

Joyce Carol Oates comenzó a juntar palabras con 14 años, cuando su abuela le regaló una máquina de escribir. Y, desde entonces, no ha parado. “Escribir siempre ha sido tan natural para mí como respirar; es mi forma de comprender el mundo. No lo considero una disciplina, sino más bien una devoción. Escribo todos los días, temprano por la mañana, antes de que el resto del mundo se inmiscuya. Hay algo sagrado en esas horas de silencio. La inspiración surge de vivir con atención: de leer, observar, escuchar. El mundo es inagotablemente extraño y complejo, así que nunca falta material; sólo tiempo”, nos cuenta.

"Escribir siempre ha sido tan natural para mí como respirar; es mi forma de comprender el mundo"

La escritora —autora entre otros de Blonde, el libro sobre Marilyn Monroe en el que se inspira la película del mismo nombre protagonizada por Ana de Armas asegura que la trama de sus libros suele ser algo secundario, que el punto de partida de sus novelas con frecuencia surge de un personaje o un estado de ánimo. “Una novela puede comenzar con una voz, con una imagen o con una sola frase que parece estar cargada de potencial. La trama evoluciona de forma natural, a veces inesperada. No siempre sé adónde voy al empezar, lo cual forma parte de la emoción. La historia se revela a través del acto de escribir, como una fotografía que se revela en un cuarto oscuro”, confiesa.

Incluso sus personajes, por lo general de gran complejidad psicológica, suelen ser fruto de su creatividad y no es habitual que se basen en personas de carne y hueso. “Las personas reales son demasiado esquivas, demasiado inescrutables para basarme directamente en ellas. Puedo inspirarme en un gesto, un tono de voz, un fragmento de biografía, pero los personajes son, en última instancia, una composición: en parte imaginación, en parte intuición. Intento habitar sus mundos interiores lo más plenamente posible, para comprender cómo se ven a sí mismos, no sólo cómo los ven los demás. Escribir, en su máxima expresión, es un acto de empatía”, sentencia.

"Los escritores tienen la libertad, y quizás la obligación, de explorar lo que otros podrían evitar"

Otro de los grandes talentos de Joyce Carol Oates es su don para retratar las pequeñas comunidades, el día a día de la vida estadounidense. En El señor Fox lo hace con Weiland, una localidad rural del sur de Nueva Jersey. “Las comunidades pequeñas a menudo actúan como microcosmos de fuerzas sociales más grandes. En estos entornos, podemos observar las tensiones silenciosas, a menudo invisibles —de clase, de raza, de género— que moldean vidas de manera profunda. También hay cierta poesía en lo cotidiano, una especie de drama existencial que se desarrolla en cocinas, aulas o calles de pueblos pequeños. Me interesan las vidas que, de otro modo, podrían pasar desapercibidas”, confiesa la autora, que tiene muy claro cuál debe de ser el papel del escritor en la sociedad actual: “El escritor es a la vez testigo y participante. Reflejamos el mundo, pero también lo interrogamos. No creo en el didactismo —la ficción no debería predicar—, pero puede iluminar. Los escritores tienen la libertad, y quizás la obligación, de explorar lo que otros podrían evitar. La literatura no puede cambiar el mundo directamente, pero puede cambiar a las personas, y las personas cambian el mundo”.

El Confidencial

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